Luego de competir con éxito en el Festival de San Sebastián, Puan se estrenó en los cines vernáculos a principios de octubre con una gran convocatoria de público. El desencadenante de la historia de esta coproducción argento-brasu-ítalo-franco-germana es la muerte del titular de una cátedra en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, ubicada en esa calle del barrio porteño de Caballito donde alguna vez funcionó la fábrica de cigarrillos Nobleza-Piccardo. El desencadenante de este artículo es la muerte eldomingo pasado en Coyoacán, Ciudad de México, a los 88 años, de un filósofo nacido en Argentina y como muchas de las creaciones nativas, una mezcla abigarrada de sangre europea con ansias irrefrenables de conocer los orígenes, Enrique Dussel. Ustedes dirán cuál es el nexo entre un personaje ficticio como el profesor Caselli y el mendocino que tuvo que exiliarse en 1975 y llegó a ser rector de la Universidad Autónoma de México y dirigente e ideólogo de Morena, el partido de Andrés Manuel López Obrador. Veamos.
Las críticas al film que dirigieron María Alché y Benjamin Naishtat sobre guion propio destacan -con la mayor solvencia- los valores de esta comedia dramática con tintes de realidad muy actual en vista de programa electoral que se juega el próximo domingo. Pero hay un detalle que no destaca tanto y sin embargo justifica estas líneas.
En una escenita memorable de la película, el adjunto de Caselli, Marcelo Pena (impecable en ese rol, Marcelo Subiotto) visita la biblioteca de su mentor y se encuentra con la viuda, Doris Caselli (una brillante Alejandra Flechner). Son dos primeros planos donde el que no se emociona es que se olvidó el alma en la boletería. Hay de todo en esas miradas que se cruzan: dolor por la pérdida, temor por el futuro de la cátedra ahora que vino un competidor con toda la pedantería de su paso por Frankfurt y Nueva York. Leonardo Sbaraglia (como Ariel Sujarchuk) también da clases, aunque de actuación. Al mismo tiempo aparece un rasgo de incertidumbre por una pregunta no inocente de Doris-Flechner: “Nunca entendí por qué se dice Filosofía Occidental pero se habla de Pensamiento Latinoamericano”. El tímido e indeciso aspirante a sucesor de Caselli, que hace años explica a Rousseau sin alejarse de Spinoza, Kant, Heidegger y Hobbes, elude una respuesta concreta: “Es un viejo debate”.
Dussel recorrió esos mismos caminos desde que se recibió en la Universidad de Cuyo, en 1957. Había nacido en un pueblo pobre de Mendoza, La Paz, 23 años antes. Se doctoró luego en la Universidad Complutense de Madrid y continuó hurgando saberes en teología en La Sorbona. Cuando descubrió que también eso le quedaba corto, pasó cerca de tres años trabajando de carpintero en Nazaret, Israel, junto al sacerdote Paul Gauthier. “Para comprender la cultura del pueblo latinoamericano era necesario partir de Jerusalén más que de Atenas”, explicaba.
Si Rousseau y Hobbes, como enseña el atribulado Marcelo Pena en Puan, hablan de contratos sociales para que el hombre no termine lobo del hombre, Dussel rescata el “panim el panim”, el cara a cara, como la raíz -semítica- de toda experiencia entre dos individuos literalmente desnudos, uno frente al otro, de la que se debe partir para cualquier ontología.
Sin meternos en cuestiones tan peliagudas, digamos que en 1971, Dussel fue uno de los que en el II Congreso Nacional que se realizó en la ciudad de Córdoba presentaron los primeros trabajos de lo que denominaron Filosofía de la Liberación. Mala palabra que generó el rechazo de las autoridades universitarias de entonces -fue docente en Chaco y Cuyo- y desató la furia de los sectores ultraderechistas ligados a la aún incipiente Triple A, que le pusieron una bomba en su casa de Mendoza. Se exilió en México en 1975, desde donde lideró ese movimiento, escribió medio centenar de libros donde sistematiza su pensamiento y construyó una verdadera filosofía en los parámetros con que occidente caracteriza a esa rama del conocimiento humano. Los títulos ya dicen bastante: El humanismo helénico, El humanismo semita, Ética de la liberación, 1492: El encubrimiento del Otro, Tesis de Economía Política, La pedagógica latinoamericana, Estética de la liberación.
Tuve el privilegio de entrevistarlo y asistir a una de sus clases abiertas, en la Universidad de San Martín, hace algunos años. Se reía cuando explicaba que a Sócrates le habían hecho beber cicuta, que Platón fue hecho esclavo pero que él era el único filósofo al que le habían puesto una bomba. Decía cosas como que “Jerusalén hablaba de la dignidad del trabajo, mientras que Atenas hablaba de la dignidad de los nobles” y eso marca una diferencia humanista sustancial. O que “la ciencia no da sentido, da verdad: llega al médico y dice ‘se murió’, y me da el certificado donde dice que se murió y si le pregunto ‘doctor, cuál es el sentido de la muerte’, me responde ‘eso no lo puede decir la medicina’. Y a mí lo que me interesa es saber el sentido de la muerte, porque cuando ella se murió, me dijo ‘ya nos veremos’, y estaba contenta”.
Habrá que ver qué hay en el espíritu de aquellos descendientes de alemanes que en América salieron a buscar los orígenes de estos pueblos para pensarse desde acá sin renunciar a las tradiciones que cruzaron el océano. Como hizo Rodolfo Kusch, otro filósofo-pensador latinoamericano. O Curt Unckel, que tanto quiso indagar en los Apapocúva-Guaraní del sur de Brasil que terminó convertido en Nimuendajú, algo así como “el que busca su lugar”. Lo que después de todo hizo Marcelo Pena-Subiotto cantando Niebla del Riachuelo en La Paz, Bolivia, en un camino que Dussel había iniciado en La Paz, Mendoza.