
En el marco del Día Mundial del Lavado de Manos, organismos internacionales como la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y UNICEF vuelven a poner en agenda la práctica de higiene más simple, barata y efectiva: el lavado de manos con agua y jabón. Los datos son contundentes: esta acción cotidiana tiene el potencial de evitar hasta 3.5 millones de muertes infantiles por infecciones, principalmente a causa de enfermedades diarreicas y neumonía, las principales causas de mortalidad en niños menores de cinco años a nivel global.
La pandemia de COVID-19 puso en relieve la importancia de este hábito ancestral, pero la lucha por instaurarlo como una práctica universal y constante continúa. La evidencia científica acumulada durante décadas subraya que unas manos limpias no son solo una cuestión de salud personal, sino una medida crítica de salud pública que impacta directamente en la economía y la sostenibilidad de los sistemas sanitarios.
Una barrera biológica contra las enfermedades letales
La capacidad del lavado de manos para reducir la propagación de gérmenes es notable. La Organización Mundial de la Salud (OMS) y la OPS recuerdan que, además de las enfermedades diarreicas y respiratorias agudas, que constituyen una amenaza constante, el hábito previene infecciones cutáneas, infecciones oculares como el tracoma, la propagación de parásitos intestinales e incluso virus más complejos como la Influenza H1/N1 y el coronavirus.
«El impacto de lavarse las manos va más allá de la persona», explica un informe de UNICEF. «Al cortar la cadena de transmisión en el hogar, protegemos a toda la comunidad. Es la primera línea de defensa». La simplicidad de la medida contrasta con la gravedad de las enfermedades que previene. En contextos de escasez de recursos y hacinamiento, donde el acceso a medicamentos es limitado, el jabón y el agua limpia se convierten en intervenciones de ‘superpoderes’ sanitarios.
El desafío del acceso y la técnica correcta
A pesar de ser una práctica milenaria, el acceso al agua y el jabón no es una realidad para millones de personas en países en desarrollo, un obstáculo que organismos como UNICEF buscan superar al destacar que, incluso en lugares donde el jabón es difícil de obtener, se han utilizado alternativas rudimentarias, aunque menos efectivas, como la ceniza o la arena. El reto global es transformar esta medida preventiva en un comportamiento social normalizado y sostenido en el tiempo.
Sin embargo, para que el lavado sea efectivo, no basta con mojar las manos. Los expertos señalan que la técnica es crucial. Se deben seguir cinco pasos fundamentales, con una duración total de al menos 20 segundos—tiempo equivalente a cantar la canción de «Feliz Cumpleaños» dos veces—:
- Mojar: Abrir el grifo y mojar las manos con agua corriente.
- Enjabonar y Frotar: Aplicar suficiente jabón y frotar palma con palma, palma con dorso y, crucialmente, entre los dedos y debajo de las uñas para crear espuma.
- Enjuagar: Retirar el jabón con abundante agua corriente.
- Secar: Secar las manos con una toalla limpia, preferiblemente de papel descartable, o con un secador de aire.
- Cerrar el grifo: Usar la toalla de papel para cerrar la canilla y así evitar recontaminación.
Los 5 momentos clave que marcan la diferencia
La clave no solo reside en la técnica, sino en el momento. La OPS/OMS insiste en la necesidad de incorporar el hábito en «los 5 momentos clave» para la higiene de manos fuera del entorno sanitario:
- Antes de preparar alimentos y antes de comer.
- Después de ir al baño, sonarse la nariz, toser o estornudar.
- Después de manipular basura o desechos.
- Antes y después de cuidar a un enfermo.
- Después de tocar animales o sus excrementos.
Adoptar este hábito de manera consciente y constante no es solo una responsabilidad individual, sino un acto de solidaridad comunitaria. En un mundo donde las amenazas infecciosas evolucionan rápidamente, el simple acto de lavarse las manos sigue siendo el pilar más resistente de la prevención sanitaria.
